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El grito de María

Nadie entendía a María, querían exiliarla. Intentaban sacarla de su hogar sin importar la crueldad  del método empleado, no había persona alguna quién viera a María como una niña.

María no entendía a nadie, de hecho no entendía nada. No entendió cuándo en un abrir y cerrar de ojos todo se volvió frío y profundamente obscuro, tampoco entendió los gritos de papá ni el porqué del llanto desesperado de mamá, no entendió porque empezó a hacer maletas entre gritos, golpes y llantos sin guardar su osito, sabía que María amaba ese osito, o su ropa; no entendió porque ambos corrían desesperados de un lado a otro de la casa buscando aquello, encontrando esto sin prestarle la menor atención, no entendió cuando salieron azotando la puerta y la dejaron ahí, para entonces todo ya era frío y profundamente obscuro.

Rondó por la casa vacía esperando que mamá volviera por ella, en más de una ocasión le aterró el silencio y la soledad, se asustó cuando vio aquella pareja feliz que entró por la puerta pero, nuevamente, no entendió. No entendió porque no la escuchaban, lloró, pataleó pero no la escuchaban, les pidió que la llevaran con su mamá pero no la escucharon. El frío siguió ahí, todo el tiempo, incluso cuando la feliz pareja tuvo a su primer bebé y éste comenzó a caminar. El frío y la profunda obscuridad la invadieron, el frío ya no dolía como al principio, ya no permeaba su ser comprimiendo su alma, el dolor la había hecho implotar en si misma aniquilando así esa alma lastimosa que nadie esperó al final del camino. Ahora el frío era su elemento, cada que llegaba María las habitaciones se congelaban. 

El odio se apoderó de ella poco a poco al ver el amor de la feliz pareja por su bebé y la sonrisa de éste al sentirse amado y protegido, ella nunca se sintió así en casa, al menos no con papá ahí.

Mordía al bebé cuando más feliz lo veía, no soportaba esas sonrisas mágicas que provocaban las sonrisas de aquellos adultos insulsos y le hacían merecedor de besos y caricias. Mamá besaba a María, mamá siempre la besó y recordarlo provocaba que mordiera más fuerte al bebé. El bebé gritaba, lloraba y corría en busca de brazos que lo protegieran, la feliz pareja no sabía de qué debían protegerlo y entraron en pánico.

María escucho palabras, sintió que se quemaba, hacía tanto que no sentía calor, se sintió "viva", enojada; María gritó y su grito de odio hizo retumbar la casa, el frío otra vez invadía las habitaciones, las cosas comenzaron a volar a su antojo, no sabía que podía mover las cosas. María sintió poder, un poder obscuro un poder absoluto y haría uso de él. Un sacerdote rezaba en presencia de la feliz pareja y su bebé, rociaba la casa con agua bendita, no sabían que María no saldría jamás de su casa, aunque lo intuyeron cuando escucharon ese grito de ultratumba que les erizo la piel.

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