Un día observó en sus ojos el destello característico del amor, había triunfado, ese "desvivirse" por ella había dado fruto y por fin le amaba. Ignoraba si lo amaba con la misma locura que él a ella sólo sabía que le amaba y buscó la forma de hacerlo eterno.
Cada noche le daba a comer un pedazo de Luna, le decía que era un exquisito queso y ella le creía a pesar de que sabía a mentira. Los pedazos de Luna que le daba a comer la mantenían hechizada, enamorada, como sea que se diga. No importaba el sabor a mentira, bajo el hechizo era incapaz de discernir.
Con el tiempo él, confiado y ensimismado, continuamente olvidaba proporcionarle sus dosis de Luna y en los lapsos de claridad ella pudo discernir.... Se dio cuenta del hechizo de la Luna de queso y la mentira de él. Se fue una noche y no regresó jamás, tampoco culpó a la Luna. Hoy día la regala a aquellos que ama, no les da a comer pedazos de Luna pues aprendió que éstos hechizan, sólo la regala para contemplación y como muestra de amor.
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